el D.F.
Estuve doce días en el D.F., pero dediqué sólo dos o tres al turismo propiamente dicho. Obviamente, igual conocí mucho mientras trabajaba.
Por ejemplo, como suelo hacer, llegaba con el tiempo justo a una entrevista y caminé rápido al salir del Metro. Ahí fue que aprendí qué era el mal de altura, ya que me mareé un poco, me agité enseguida y tenía la boca seca en cuestión de instantes. Por el resto de mi estadía, me sentí falto de oxígeno apenas caminaba dos cuadras.
La impresión que me llevé de la ciudad fue sentirme como si ya la conociera de antes. No es por pecar de argentino agrandado, pero a cada barrio le encontraba su símil en Buenos Aires, incluidos Plaza Italia y La Paternal y Belgrano y, como decía antes, La Matanza y Palermo. No estoy diciendo que sean “igualitos que ashá”, sino que cada uno tenía un ambiente similar a algún barrio porteño.
También me pareció que la inseguridad va en serio: uno de los principales factores de desasosiego es que muchos crímenes son cometidos por conductores de taxis ilegales, entonces te recomiendan que en todos lados pidas los taxis en lugar de pararlos en la calle. Esto se combina con que es una ciudad para autos, llena de autos, donde el metro lo toman casi en exclusiva los pobres y la clase trabajadora (cuesta menos de 0.20 dólares). En dos semanas de usarlo, me pareció que no era para nada más inseguro que el subway niushorquino, donde uno se encuentra a cada loco que mejor ni les cuento, pero que los mexicanos de clase media p’arriba le tienen idea y prefieren no frecuentarlo. Eso sí, el mejor consejo es no tomarlo en la hora pico, porque es increíble el arracimamiento de gente en esos vagones (como diría mi mamá, van apiñuscados). A esas horas, los vagones de adelante son exclusivos para mujeres y niños, para evitar “sabroseos” (así se dice acá) de parte de extraños.
El Zócalo (la plaza mayor) es muy impresionante, rodeado por edificios muy lindos de la Catedral, el gobierno municipal y federal, con el mástil de la bandera gigante (la de la foto del post de más abajo) en el medio y gente acampada para protestar por algo: todos, detalles indispensables de una plaza central latinoamericana que se precie de serlo.
También visité la casa de Frida Kahlo y Diego Rivera en Coyoacán, donde además de su arte, se puede ¿apreciar? los medicamentos y rígidos corsets que tenía que usar ella a raíz del accidente de tranvía contra camión que marcó su destino; y vi murales de Orozco...
Rivera...
y Siqueiros...
en el bellísimo Palacio de Bellas Artes y el colegio de San Ildefonso.
El legendario tráfico defeño sí es tan fiero como lo pintan. También fui parte de esa experiencia, como cuando estuvimos tres horas entrando a la ciudad desde las afueras un viernes a la tarde.
Por ejemplo, como suelo hacer, llegaba con el tiempo justo a una entrevista y caminé rápido al salir del Metro. Ahí fue que aprendí qué era el mal de altura, ya que me mareé un poco, me agité enseguida y tenía la boca seca en cuestión de instantes. Por el resto de mi estadía, me sentí falto de oxígeno apenas caminaba dos cuadras.
La impresión que me llevé de la ciudad fue sentirme como si ya la conociera de antes. No es por pecar de argentino agrandado, pero a cada barrio le encontraba su símil en Buenos Aires, incluidos Plaza Italia y La Paternal y Belgrano y, como decía antes, La Matanza y Palermo. No estoy diciendo que sean “igualitos que ashá”, sino que cada uno tenía un ambiente similar a algún barrio porteño.
También me pareció que la inseguridad va en serio: uno de los principales factores de desasosiego es que muchos crímenes son cometidos por conductores de taxis ilegales, entonces te recomiendan que en todos lados pidas los taxis en lugar de pararlos en la calle. Esto se combina con que es una ciudad para autos, llena de autos, donde el metro lo toman casi en exclusiva los pobres y la clase trabajadora (cuesta menos de 0.20 dólares). En dos semanas de usarlo, me pareció que no era para nada más inseguro que el subway niushorquino, donde uno se encuentra a cada loco que mejor ni les cuento, pero que los mexicanos de clase media p’arriba le tienen idea y prefieren no frecuentarlo. Eso sí, el mejor consejo es no tomarlo en la hora pico, porque es increíble el arracimamiento de gente en esos vagones (como diría mi mamá, van apiñuscados). A esas horas, los vagones de adelante son exclusivos para mujeres y niños, para evitar “sabroseos” (así se dice acá) de parte de extraños.
El Zócalo (la plaza mayor) es muy impresionante, rodeado por edificios muy lindos de la Catedral, el gobierno municipal y federal, con el mástil de la bandera gigante (la de la foto del post de más abajo) en el medio y gente acampada para protestar por algo: todos, detalles indispensables de una plaza central latinoamericana que se precie de serlo.
También visité la casa de Frida Kahlo y Diego Rivera en Coyoacán, donde además de su arte, se puede ¿apreciar? los medicamentos y rígidos corsets que tenía que usar ella a raíz del accidente de tranvía contra camión que marcó su destino; y vi murales de Orozco...
Rivera...
y Siqueiros...
en el bellísimo Palacio de Bellas Artes y el colegio de San Ildefonso.
El legendario tráfico defeño sí es tan fiero como lo pintan. También fui parte de esa experiencia, como cuando estuvimos tres horas entrando a la ciudad desde las afueras un viernes a la tarde.
4 Comments:
Que extraño... creí que Nueva York era la única ciudad que era parecida a Buenos Aires... Ahora veo que no es asi... Oí ve, agrandado...
José, no seas así, pronto te haremos argentino honorario...
¡Un abrazo!
Enviiiiidia, qué ganas de conocer d.f. ! A mi me hablaron del smog y la mar en coche: quemimporta!
quiero ir, quiero ir.
Contá algo de la foto-vitreaux.
Esa es la puerta del Café de Tacuba, que queda en calle Tacuba, en pleno centro, cerquita del Zócalo y de Bellas Artes y todo eso. Es todo lo que puedo informar, ya que no entré a tomarme café, por miedo de que se acabara la banda.
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