Tuxtla Pérez

El resultado: ayer miércoles 26 llegué a Tuxtla Gutiérrez a las 8 p.m. ¿Para qué? Nadie lo sabe.
"¿Estamos en el mero centro histórico?", preguntele con impecable uso del adjetivo mexicano al gentil señor de la caseta de información turística (cuyo único objetivo debería ser decirle al turista: "Váyase"). "Estamos en el centro", me respondió, "pero histórico no es porque los edificios (antiguos) que había los tiraron abajo".
Y así siguieron las doce horas clavadas de mi estadía en Tuxtla, la capital de Chiapas.
El hecho de que una ciudad tan en el camino del circuito mochilero no tenga hostales debería haberme avivado anoche de que aún estaba a tiempo de subirme a otro autobús apenas llegar y seguir viaje a San Cristóbal de Las Casas.
La cuestión es que me quedé en la Posada Tuxtleca.
Si uno viaja para vivir experiencias inéditas, ésta está sin duda en el top 5 de este viaje. Me dijeron $80 mexicanos la habitación con baño y ventilador, y $40, sin. Ante la oportunidad de ahorrar unos pesos, me dije: "Es sólo por unas horas. ¿Qué tan mala puede ser?"... Jaja... No tenía ni idea.
El tema con la "habitación" no era que no tuviera ventilador ni baño propio; ¡era que no tenía techo! Era una subdivisión de paredes finas, cerrada con candado en la puerta, abajo de una galería de techo como de galpón. La cama tenía un colchón pelado, ni sábanas siquiera (después pedí y me dieron una del Pato Donald y otros personajes).

Se hacía tarde, el centro lucía cada vez menos acogedor. Hice tiempo hasta hablar con la Pumanovia, que casualmente estaba cenando en el Neuquén, la guacha, y me fui a mi hogar. Me acosté como una momia arriba de la sábana Disneyesca y me encomendé a Santa Pulga.

Tuxtla, gracias por todo, no nos volveremos a ver si de mí depende.
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