27.7.06

Tuxtla Pérez

Hay que empezar aclarando que es todo mi culpa. Postergué planear el itinerario hasta último momento y ahí fue cuando The Star-Ledger me dijo que sí y me pasé la última semana en Niu Shorc laburando de sol a sol en la nota.

El resultado: ayer miércoles 26 llegué a Tuxtla Gutiérrez a las 8 p.m. ¿Para qué? Nadie lo sabe.

"¿Estamos en el mero centro histórico?", preguntele con impecable uso del adjetivo mexicano al gentil señor de la caseta de información turística (cuyo único objetivo debería ser decirle al turista: "Váyase"). "Estamos en el centro", me respondió, "pero histórico no es porque los edificios (antiguos) que había los tiraron abajo".

Y así siguieron las doce horas clavadas de mi estadía en Tuxtla, la capital de Chiapas.

El hecho de que una ciudad tan en el camino del circuito mochilero no tenga hostales debería haberme avivado anoche de que aún estaba a tiempo de subirme a otro autobús apenas llegar y seguir viaje a San Cristóbal de Las Casas.

La cuestión es que me quedé en la Posada Tuxtleca.

Si uno viaja para vivir experiencias inéditas, ésta está sin duda en el top 5 de este viaje. Me dijeron $80 mexicanos la habitación con baño y ventilador, y $40, sin. Ante la oportunidad de ahorrar unos pesos, me dije: "Es sólo por unas horas. ¿Qué tan mala puede ser?"... Jaja... No tenía ni idea.

El tema con la "habitación" no era que no tuviera ventilador ni baño propio; ¡era que no tenía techo! Era una subdivisión de paredes finas, cerrada con candado en la puerta, abajo de una galería de techo como de galpón. La cama tenía un colchón pelado, ni sábanas siquiera (después pedí y me dieron una del Pato Donald y otros personajes).

Hice de tripas corazón y salí a "pasear" por Pérez, digo Gutiérrez. Era el mencionado centro a-histórico, una catedral linda (foto 2), un monumento a Juárez copado (foto 3, pajaritos que duermen sobre las letras) y la plaza llena de gente tomando el fresco, que es lo que hice yo también por largos ratos (hasta que un joven tuxtleco me empezó a sacar conversación sospechosamente simpática. ¡Me quería levantar el muy cabrón!).

Se hacía tarde, el centro lucía cada vez menos acogedor. Hice tiempo hasta hablar con la Pumanovia, que casualmente estaba cenando en el Neuquén, la guacha, y me fui a mi hogar. Me acosté como una momia arriba de la sábana Disneyesca y me encomendé a Santa Pulga.

No dormí perfecto pero dormí. Y, mientras escribo esto, en el bus a San Cristóbal de las 8 a.m., no me pica nada. Dejé para otra vez la visita al Cañón del Sumidero, la atracción turística tuxtleca, que parece estar bueno en serio.

Tuxtla, gracias por todo, no nos volveremos a ver si de mí depende.

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