27.8.06

vigorón, orinario, resaca, churrasco

La noche del viernes caminamos en la oscuridad hasta el único bar, a cenar y tomar, porque era mi última noches, casi todos los de la casa. Terminé en condiciones non sanctas. No sé si fue la primera borrachera en serio del viaje, pero que fue en serio, estoy seguro.

Así fue que a las 7 a.m. del sábado 26 me levanté aún alcoholizado, hice la mochila, entregué la Salvatrucha como parte de pago por míseros 23 dólares y pagué el resto de mi cuenta al contado, y partí.

Viajar resacado no estuvo tan mal como debería haberlo estado. Sobre todo, porque desayuné dos veces en el camino, una con una comida llamada vigorón, que me vendieron en una bolsita. Con la mano, obviamente, me comí una mezcla de repollo, zanahorias, plátanos y pollo fritos, creo, aunque nunca lo sabré con certeza.

Después de dos llevadas a dedo y dos buses, llegué al mercado central de Managua, una de las "terminales" de colectivos interurbanos. Tanta sed me había hecho tomar mucha agua y bajé urgido.

Por suerte, ahí mismo había unos acogedores locales deonde se ofrecían nada más que dos servicios: jugar a las máquinas tragamonedas electrónicas o ir al baño. Pagué mis dos córdobas de acceso al "orinario" y, como dicen los yanquis, me alivié. Salí a un patio donde había mesas bajo lonas de plástico, música fuerte de los comedores y los locales de tragamonedas, el ruido de los colectivos locales que pasaban enfrente, decenas de vendedores ambulantes de DVDs, CDs, ropa interior, chicles, cigarrillos.

Me senté en un local, del lado de adentro, al lado de la pared, abrumado por la resaca que hacía surreal la escena. Me comí un churrasco -con ese nombre en el menú, ¿qué más podía pedir?- y me tomé un par de Toñas. El mundo empezó a recobrar su coherencia. Claro que los vendedores no paraban de detenerse en mi mesa a ofrecerme desde medias hasta películas (entre los títulos se destacaba "Penes Grandes").

Y desde el restorán vecino sonaban a todo lo que daba canciones como esa que dice: "¿De dónde es?, ¿en qué lugar se enamoró de tí?"; o esa otra: "Y se marchó..., y a su barco lo llamó Libertad". Como para darle un toque onírico, ¿vio?

Salí y pregunté como a 5 o 6 personas cómo llegar donde iba y nadie me supo decir. Al final, seguí la información de una guía británica que me habían prestado para copiar datos como ése, y me tomé el 109, que me dejó bien, milagrosamente.

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