otra que sincretismo, deja tú...
Cada vez que viajo soy más y más reacio a entrar a las iglesias porque al final ni te acordás cuál era cuál y el tema pierde interés. En México ya debo haber entrado a más de 30.
Pero por suerte en San Cristóbal volví a repetir el ritual de entrar a mirar los altares y santos y todo eso. Acá sí que me esperaba algo nuevo.
En la catedral, se escuchaba un canto que me pareció vagamente gregoriano. Pero en un altar del Santo Entierro, a un costado de la nave principal, con Jesús en un ataúd de vidrio, había un hombre que cantaba en -supongo que- tzotzil, arrodillado. Otro estaba de rodillas a su lado y un niño se encargaba de prender decenas de velas en el piso delante de ellos. Habían puesto tres huevos, un vaso y alguna bebida.
Me fui impresionado y, minutos más tarde, cuando buscaba un suéter "étnico" (ampliaremos) en un mercado de artesanìas, me desvié hacia el templo de la Caridad.
Esta vez, la escena -de nuevo en un altar lateral- era más compleja. Un tipo enfundado en un sacón largo negro de lana de oveja parecía oficiar: cantaba un mantra repetitivo que a mí me sonaba como -y lo digo en serio, con todo respeto-: "anganganganganganganga..." Una señora de trenzas largas estaba quietita al lado -estaban frente a un Cristo crucificado- y su hija se le colgaba, mirando para atrás, no muy interesada.
El hombre agarró una gallina negra de las patas y alas con una mano y del cuello con la otra y la empezó a mover en círculos sobre las velas encendidas (al ave no le gustó nada, obvio). Y después, se la frotó a la señora por la cabeza y el pecho. La gallina se quejaba despacito, porque sabía que estaba en la iglesia. El señor se la pasó a otra señora que se acercó y comenzó a hacer el mismo ritual, ahora con un mango de hierbas: revolearlas, frotarlas en la cabeza, ahora apretando bien contra el cráneo. Mientras, la segunda señora, silenciosamente, le torció el pescuezo a la gallina y la metió en una bolsa, una vez que el ave, literalmente, estiró la pata.
Más tarde, visité el museo de la Medicina Maya y me enteré que el señor era un curandero o médico indígena, que las gallinas negras se usan contra el mal de ojo, que se usan incienso, gaseosas, huevos, etc., y vi otra curación semejante (foto 2).
Después de los ramazos, esta vez, el médico rompió un huevo en un vaso y se lo mostró a la señora a quien estaba curando. La idea es que le muestra la enfermedad que sacó de su cuerpo y que supuestamente el huevo toma la forma de una vela, cosa que yo no vi.
Pero por suerte en San Cristóbal volví a repetir el ritual de entrar a mirar los altares y santos y todo eso. Acá sí que me esperaba algo nuevo.
En la catedral, se escuchaba un canto que me pareció vagamente gregoriano. Pero en un altar del Santo Entierro, a un costado de la nave principal, con Jesús en un ataúd de vidrio, había un hombre que cantaba en -supongo que- tzotzil, arrodillado. Otro estaba de rodillas a su lado y un niño se encargaba de prender decenas de velas en el piso delante de ellos. Habían puesto tres huevos, un vaso y alguna bebida.
Me fui impresionado y, minutos más tarde, cuando buscaba un suéter "étnico" (ampliaremos) en un mercado de artesanìas, me desvié hacia el templo de la Caridad.
Esta vez, la escena -de nuevo en un altar lateral- era más compleja. Un tipo enfundado en un sacón largo negro de lana de oveja parecía oficiar: cantaba un mantra repetitivo que a mí me sonaba como -y lo digo en serio, con todo respeto-: "anganganganganganganga..." Una señora de trenzas largas estaba quietita al lado -estaban frente a un Cristo crucificado- y su hija se le colgaba, mirando para atrás, no muy interesada.
El hombre agarró una gallina negra de las patas y alas con una mano y del cuello con la otra y la empezó a mover en círculos sobre las velas encendidas (al ave no le gustó nada, obvio). Y después, se la frotó a la señora por la cabeza y el pecho. La gallina se quejaba despacito, porque sabía que estaba en la iglesia. El señor se la pasó a otra señora que se acercó y comenzó a hacer el mismo ritual, ahora con un mango de hierbas: revolearlas, frotarlas en la cabeza, ahora apretando bien contra el cráneo. Mientras, la segunda señora, silenciosamente, le torció el pescuezo a la gallina y la metió en una bolsa, una vez que el ave, literalmente, estiró la pata.
Más tarde, visité el museo de la Medicina Maya y me enteré que el señor era un curandero o médico indígena, que las gallinas negras se usan contra el mal de ojo, que se usan incienso, gaseosas, huevos, etc., y vi otra curación semejante (foto 2).
Después de los ramazos, esta vez, el médico rompió un huevo en un vaso y se lo mostró a la señora a quien estaba curando. La idea es que le muestra la enfermedad que sacó de su cuerpo y que supuestamente el huevo toma la forma de una vela, cosa que yo no vi.
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