el recorrido

no sé ni que huso es hoy

Sin mayores percances, había completado la aventura que comenzó el 22 de junio, también a la madrugada. (La foto es de la última mañana, el último armado de mochila en Tegucigalpa).
Así que estoy en un shopping enfrente del aeropuerto -que está en construcción, no tiene ni cibercafé, y es casi tan chico como el de Posadas- posteando los últimos comentarios, mientras espero salir en el vuelo de la tarde, que me dejará en Miami varias horas más tarde de lo previsto. (La foto ilustra el shopping y un hecho básico de Centroamérica: si hay franquicias yanquis al costado de la autopista, es porque estás llegando a la capital).
Al llegar, buscamos hotel juntos y, por primera vez, en el último día de turismo, no salí solo a recorrer una ciudad nueva. Vino bien, porque Tegus no pintaba mucho más segura que Managua.
Así que paseamos por el centro de Tegus y por Comayagüela, un distrito vecino que es como parte de la ciudad, y donde estábamos hospedados. Algunos edificios lindos, que como están en la parte de atrás de los billetes, podíamos saber qué son. Y un parque donde están reproducidos pirámides y otros edificios mayas en miniatura, bastante copado. (Foto).
El domingo 27, mientras salía de Nicaragua, leía uno de los diarios nacionales. Un titular a todo ancho de la tapa acusaba al Frente Sandinista de censurar una entrevista en la tele en que la hija de la esposa de Daniel Ortega lo acusaba de abusos cuando ella era chica. En la sección Política, las repercusiones porque Ortega ya empezó a descalificar a los observadores electorales de la OEA. Y las sospechas de fraude que apuntan al sandinismo porque es el que maneja la maquinaria electoral. Y también me entero de que en la coalición electoral del Frente Sandinista está el partido que solía ser del dictador Anastasio Somoza... ¡Plop!
Llegás a la terminal de King Quality, el bus que te llevará a Tegucigalpa saliendo a las 5.30 a.m., una hora antes, como te pidieron. Es de noche y no anda nadie en las calles, excepto taxistas que tocan bocina a los peatones que ven y algún tipo mal entrazado. En la sala de espera, luces fluorescentes, un televisor con una película doblada y siete personas que esperan, mal dormidas, para viajar. Este es uno de esos momentos y lugares que ni pasan, se pierden para siempre en el basurero de los recuerdos inútiles, vacíos de anécdotas o de eventos fuera de lo ordinario. Nunca más vas a acordarte de los próximos cuarenta minutos de hacer nada más que desear dormir. Ser consciente de esto sólo empeora las cosas, estira los minutos, alarga la vivencia inservible.
Durante más de una semana, dormí al lado de una pared con graffittis varios de surferos de todos lados, incluidos un hincha de Peñarol y uno de Boca (y otro que lo tachó).